
Pero resulta que lo objetivo no existe. Contar un suceso cualquiera de mi vida desde un punto de vista neutral resulta imposible, como pedir a un árbol que crezca de forma absolutamente recta.
Por ejemplo esta ruta eterna. Inhóspita, desierta, y completamente recta. Una línea de asfalto plomizo, a la derecha el cañaveral, franja de verde infinito, sinfín de cañas que se suceden una tras otra hasta ser irreales, arriba el cielo celeste, inmortal, estático, perfecto. A la izquierda, casas, ranchos, diversos colores .Viaje.
Qué pasaría si de pronto el plano gira hacia la derecha, cual aguja de reloj y las cañas que se suceden son vías de tren, y el asfalto es una gran montaña a la izquierda, riscos dentados. Es un tren que atraviesa las grandes cumbres y las casas son ahora picos de mil colores que esperan ser descubiertos, ni el mejor pintor conseguiría esos tonos. El cielo es el abismo a la derecha y las nubes ya quedaron bajo mis pies.
“Nuevo giro, la misma dirección
y el abismo quedó abajo”
Nuevo giro, la misma dirección y el abismo quedó abajo, es una gran cantidad de agua que arrasa. La caña esta tapada hasta la mitad. Arriba, el gris plomo de nubes que pretenden continuar el diluvio; a la derecha las casas invertidas llevadas por la corriente. El producto de una vida de trabajo destruido por la fuerza de la naturaleza.
Ahora un giro más, y a la derecha queda el celeste de una pared, las cañas-vías son una sucesión de focos fluorescentes en un techo verde, a la izquierda un gris plomizo de un ojo que no ve y abajo las casas-picos jirones rojos y negros de mi carne y mi ropa.
Quizá el auto volcó, o las vías estaban deterioradas, o el agua venía a gran velocidad, profunda y con escombros. No más giros, estoy mareada.