
Quisera ser amigo de Inodoro Pereyra. Me pondría a su lado cuando llegue el malón, dispuesto a pelear con ellos pero no mucho. Creo que aceptaría la inteligente como inevitable sugerencia del Mendieta ante situaciones similares: «Negociemos, don Inodoro». Enfrentaría, para defenderlo, la habitual ironía y mala leche de los loros que también suelen acosarlo. Le ofrecería a la Euologia, su imponente mujer, de carácter poderoso, alguna pastilla de menta para hacerme amigo y, al mismo tiempo, para disminuir su presumible mal aliento. Sería un placer escuchar al gaucho más entrañable en la historia de la historieta, contando sus historias, alardeando sus nadas. Pagaría por escucharlo cantar en alguna pulpería, metido en medio de la llanura, con alguno de sus contrapuntos musicales, o simplemente viéndolo malambear levantando intensas polvaredas.
Amo a Pereyra –no se confunda don Inodoro, como amigo, digo-, por consiguiente amo el genio desbordante de su autor Roberto Fontanarrosa, uno de los mejores en lo suyo. Nunca lo conocí al Negro, apenas hablé con él en una de las tantas ediciones de la Feria del Libro, y lo sentí cálido y desconfiado, mezcla rara pero comprensible. Lo admiré sin pudores. No tuve el honor de ser su amigo, nos faltó tiempo, y nos sobró geografía, qué cagada. Pero no debe haberme extrañado porque tuvo muchos y buenos amigos. Y fue tan considerado con ellos, que decidió emprender su camino a la eternidad, un día antes del día del amigo, no sea cosa de amargarle los saludos todos los años, desde hoy, hasta siempre. Ahora el Negro camina como al descuido hacia el Paraíso, quizás como tantas veces lo hicieron don Inodoro y el fiel Mendieta, por la inmensidad de la llanura. Supo de pronto, todo lo que nosotros ignoramos. Como siempre, se nos adelantó –que lo parió-. Supo si la respuesta es simple, si el dolor realmente como dicen, se termina.
El supo que desde allí nos puede ver a nosotros, los ciegos. Los mismos ciegos, que tendremos que explicar a la noche, así como cada nuevo día, que hoy el Negro no viene, aunque sea mejor decir, que parece que se ha ido, pero no es cierto.